Ser madre es una de las tareas más complejas y, paradójicamente, ni la escuela, ni la universidad nos enseña a serlo. Simplemente, el encargado de hacerlo es nuestro instinto, nuestra propia historia como hijas y el famoso método ensayo-error… que ?padecen?? los hijos mayores. Cada mujer nace a la función “materna” con el nacimiento de su bebé y ahí comienza la historia de dos seres humanos, únicos e irrepetibles que se teje día a día y que forjará a ese pequeño niño en un adulto con sus emociones y sentimientos.
Formas de ser madre hay muchas, tantas como mujeres, pero existen cinco modos básicos que todos reconocemos con facilidad porque están a nuestro alrededor: la perfeccionista, la impredecible, la “yo primero”, la “mejor amiga” y la completa. Todas ellas dejan sus marcas en sus hijos, la clave es comprenderlas, convertir su legado en algo positivo en nuestras vidas y tratar de no repetir lo que no nos hizo bien con nuestros propios hijos.
– La perfeccionista:
es una mujer impulsada emocionalmente por la necesidad de mostrarse bien ante los demás y de tener el control total de todo aquello que conforma su mundo y, los hijos, son parte de él. Si las cosas no se dan según lo planeado, algo que puede suceder con frecuencia, trata de manejar su ansiedad centrándose exageradamente en las apariencias y en cuestiones superficiales. Esta conducta, obsesivamente controladora, deja una huella profunda en los chicos de pequeños.
Como, naturalmente, todos los hijos quieren complacer a sus madres, estos harán cualquier esfuerzo para ganar su amor y aceptación. Este suele ser el patrón que, luego, aplicarán luego a sus relaciones futuras. Lástima que la mayoría de las personas no encajan en la categoría “previsible, pulcro y libre de defectos”. A estos niños, sus mamás, no les enseñan la importancia de ser “perfectamente imperfectos”, un concepto importantísimo para formar chicos y adultos libres de vergüenza. Generalmente, ellas mismas son el resultado de generaciones de madres perfeccionistas.
– La imprevisible:
estas madres están en constante crisis a través de sus emociones y relaciones, transmitiéndoselas a sus hijos. Obviamente, los aman muchísimo, pero no pueden mantener un modo de crianza estable y un modelo de relación seguro, consistente y fiable en su interior o con sus chicos. Ellos aprenden a minimizar la sensación que les producen los constantes y excesivos altibajos emocionales de su progenitora.
Suelen ser mujeres inmaduras emocional y mentalmente con poca capacidad para guiar y educar a sus hijos en forma positiva y productiva. Y, sus niños, no tardan en convertirse emocionalmente en el adulto, el padre y la persona ultra responsable de la familia. Por lo tanto, crecen con una gran carga y la necesidad arraigada de cuidar de otros, como amigos o parientes; al llegar a la adultez tienen dificultades para no intentar componer o arreglar la vida de todas las personas con las que se relacionan.
– La “yo primero”:
tiene necesidad crónica de atención y admiración, profunda falta de empatía e incapacidad de aceptar cualquier tipo de crítica a su conducta materna. Ella da por sentado que todos reconocen sus cualidades especiales, sus dotes y sus habilidades excepcionales, cuando su hijo u otra persona no reconoce sus “virtudes”, se enoja de inmediato. Sus hijos son como la luna que siempre refleja la luz del sol (ella). Ellos, al crecer, reaccionan de dos maneras: de forma muy parecida o muy diferente a su estilo de crianza.
– La “mejor amiga”:
ser la mejor amiga de un hijo o de una hija es una tarea imposible. Los dos papeles son totalmente incompatibles y opuestos. ¿Por qué? Porque una madre debe fijar los límites de la conducta, decir “no”, ser la maestra, la que nutre, el modelo de amor incondicional, imponer disciplina, la conexión afectiva segura, la que ofrece un apoyo positivo y la guía emocional de sus niños. La madre es la mejor amiga o es madre. El papel de una madre es marcar límites y ayudar al hijo a desarrollar su vida y sus deseos afectivos.
Cuando una mujer se comporta de esta manera, el resultado es una hija o un hijo cargados de un gran enojo debido a esta situación. Los chicos se sienten huérfanos de madre ya que en vez de tener una, tienen una amiga, un par. Durante la adolescencia la separación o el distanciamiento de la madre se retrasa o se salta por completo dado que no pueden hacerlo de una mamá que más que eso es su mejor amiga.
– La completa:
este estilo de mamá aúna lo mejor de las cuatro anteriores sumados a muchas otras características, conocimientos y capacidades. Tiene la capacidad de entender qué necesitan, quieren o sean sus hijos y los ayuda a conseguirlo o crea las oportunidades para que lo hagan. Se trata de una mujer que se ha entregado a la maternidad independientemente de su carrera profesional o de sus responsabilidades externas.
Puede ser que haya tenido una madre desastrosa, llena de conflictos o egocéntrica, pero ha sabido capitalizar la experiencia vivida como hija para convertirse en una mamá completa. Sus hijos saben lo afortunados que son al tener una madre que los ve como individuos y los ayuda a descubrir su rumbo y sus sueños personales. Ella es capaz de darles a sus pequeños lo que necesitan para que puedan llegar a independizarse con éxito y formar su propia identidad.