Las cosquillas pasaron de ser un juego tradicional a una terapia que se toma en familia, que aporta beneficios emocionales y físicos y que ayuda al niño a desenvolverse, desarrollarse y tomar seguridad. Es una actividad que produce risa pero produce más que eso, pues da muchos beneficios más a los pequeños y al lazo entre padres e hijos. Lo bueno es que es una forma tradicional de juego y no importa el paso de los años, siempre es una forma única de poder divertirse.
Según los pediatras, es una terapia anti estrés no solo para los bebés y los niños sino para los padres, pues después de tener un día estresante, lleno de trabajo y cansancio, la mejor forma de expulsar algo de esta sensación de cansancio, es jugar un rato con sus pequeños a las cosquillas. Además, esta actividad tiene comprobaciones científicas, que afirman la ayuda que da a la estimulación los sentidos del niño, sus desarrollo cognitivo, la capacidad de sociabilizar con otros pequeños, además de empezar a conocer nuevas formas de expresión con quienes los rodean.
La cosquillas son de diversos tipos y dependiendo de la edad del hijo, pues a los bebes las mamás o los papás les hacen cosquillas en la barriguita o el cuello con la boca, produciendo risa en el bebé por el sonido y la sensación; otras les estimulan las terminaciones nerviosas, cuando les hacen cosquillas en los pies, para evitar que se duerman o que hagan otro tipo de actividad; otros padres emplean las típicas que son los movimientos con los dedos bajo las axilas o en el estomago, que es la que produce una risa incontrolable. Pero hay que tener cuidado con que no sean cosquillas forzadas, que no se obligue al pequeño a jugar cuando no quiere y que el resultado sea un niño nervioso, asustado y que llore cada vez que se le acerquen a jugar de esta manera. Si empiezan a sentirlas como amenaza, hay que dejar de hacerlo, esperar que con el tiempo se supere el miedo o trauma que tenga y de nuevo actuar con total naturalidad. El objetivo es que este juego sea un medio de unión para la familia, un espacio para jugar, un momento para reír y para limar asperezas o divertirse después de un día pesado y rutinario.
Por último, hay que tener en cuenta la fuerza con la que se juega, para que no termine convirtiéndose en una batalla, en la que el niño empieza a agredir porque se siente amenazado. Debe ser siempre un juego sano, sin exceso de fuerza, uso de violencia y menos, el uso argumentos en que un adulto diga que el solo juega así y que no va a pasar nada, porque de esta manera es mejor que no se acerque a jugar con los pequeños.