?Pareces tonto?? y ?Mamá está muy triste porque te has portado mal?? son algunas de las tantas expresiones que hacen daño. Las analizamos para erradicarlas. Las palabras perduran y aunque algunos digan que se las lleva el viento, a veces cuesta que se las lleve, más aún si los destinatarios no superan el metro de estatura.
Hay frases que pueden resultar muy dañinas, más aún si analizamos de quién vienen, en qué momento y cómo se dicen. Son peligrosas porque ubican al niño en un lugar erróneo del que les puede ser difícil salir, incluso siendo adultos. Funcionan como un rótulo que los encasilla y los pone en un lugar inmodificable, cuando justamente están creciendo y en un momento de la vida de movilidad y cambio.
Son sumamente perjudiciales expresiones como: “No sirves para nada”, “Eres un inútil”, “Pareces tonto”, “No entiendes nada”, “¡Bruto!, te llevas todo por delante”. Estas frases, generalmente dichas a la ligera, afectan la autoestima de los niños, un sentimiento que tiene que ver con la valoración que tienen de sí mismo. La autoestima es quererse y aceptarse, con virtudes y defectos. Claro que sin un narcisismo extremo. No es algo que en los niños se logra con frases hechas, ni adulándolo. Se construye desde el nacimiento a través de la mirada, actitud y palabras de las personas que lo rodean. Eso les va diciendo quiénes son y qué se espera de ellos.
Predicar con el ejemplo
Los bebés y los niños son como un radar de última generación, que captan las emociones que flotan a su alrededor. Son permeables, vulnerables y flexibles. Nacen mirando las caras y actitudes de su madre que funciona como una matriz. Luego, esa mirada se expande a otras personas significativas de su entorno inmediato como padres, hermanos y abuelos. Y se refiere a frases del tipo: “Mamita está muy triste porque te portaste mal”, “Mamá se peleó con papá por tu culpa” o “Eres el culpable de que tu hermano se lastimara”.
El niño, por considerarse importante, puede sentirse responsable de todo lo que ocurre a su alrededor. Todavía no tiene la capacidad de discernir si su mamá está irritable por otras cuestiones o si se peleó con su papá por algo que no tiene nada que ver con él. Nunca se los debe culpabilizar. Las palabras pueden usarse como caricias o latigazos. Se puede lastimar con lo que se dice. Si los padres tuvieron un exabrupto, puede ser reparado siempre y cuando sea dicho en un contexto de amor y comprensión con los hijos.
Pero, contrariamente a lo que muchos podrían pensar, tampoco son buenas las frases: “Eres el mejor”, “Eres un genio”, “Eres un superdotado”. En estos casos el mensaje es que se les está exigiendo ser siempre perfectos y no equivocarse. De este modo se convierten en chicos y luego adultos que no toleran la frustración y ante la primera adversidad se sienten fracasados.
Las frases que los comparan con los hermanos tampoco son buenas y, lamentablemente, los padres las usan mucho. Se los caracteriza por lo opuesto. Enumera ejemplos como: “Eres el mayor y tienes que portarte bien”, “Aprende de tu hermano que es tranquilo” o “El mayor es súper extrovertido en cambio el menor no habla con nadie”. Los rótulos son creaciones de los padres y son modificables. Los padres tienen que saber que sus hijos son seres distintos, pero no comparables. Todos tienen virtudes y defectos. Por eso hay que decirle no a los rótulos hay que que cada hijo es un ser único e irrepetible, distinto a los demás y a sí mismo en las distintas etapas de su vida.