La relación entre padre se hijos puede verse muy seriamente afectada cuando la ira de los primeros no se sabe controlar adecuadamente. Y es que cuando los padres se enfadan pueden llegar a asustar e incluso a herir psicológicamente a los niños, por lo que es necesario actuar cuanto antes.
Una bomba de relojería
No estamos hablando de un enfado corriente, sino del momento en que la ira parece invadir el propio cuerpo y el autocontrol está a punto de desvanecerse, momento en el que sienten deseos de recriminar a los hijos con palabras que se encuentran fuera de lugar y que son exageradas. El estrés, la impotencia, el cansancio, las dificultades económicas o incluso la limitación que se puede sentir a la hora de manejar la manera de comportarse de los hijos, pueden hacer que los padres se lleguen a convertir en una auténtica bomba de relojería.
Lo cierto es que todos somos humanos y que en circunstancias concretas se puede llegar a tocar fondo. Pero desahogarse así no conduce absolutamente a nada. Muy al contrario lo único es provoca es abatimiento y un arrepentimiento posterior. Y aun así, en muchas ocasiones se hace.
Cómo manejar la ira
Se debe transformar la ira en sentimientos y en necesidades, centrándose en uno mismo en lugar de culpar a los hijos. Es necesario evitar pensamientos del tipo “por su culpa tengo que…” y pensar realmente en porqué se siente ira.
Nunca hay que hacer responsables a los hijos de la propia ira. Es cierto que ellos son los responsables de sus comportamientos, pero en ningún caso de los sentimientos de sus padres. Si se llega a este extremo, es decir, haciéndoles responsables de lo que se siente en un momento dado, se les va a dar a entender que ellos también gobiernan las emociones de sus padres, haciéndoles llevar una carga que no les corresponde y otorgándoles un poder que puede llegar a resultar contraproducente a la larga.
Hay que revisar las expectativas. Es cierto que se debe exigir, pero siempre de una manera proporcional a las capacidades de cada niño. Si se sobrepasan, los padres siempre estarán insatisfechos o defraudados, lo que conlleva a sentir ira o rabia mucho más fácilmente.
En el momento en que se note que el corazón se acelera o el estómago se retuerce por un enfado, lo mejor es alejarse y no decir ni una palabra más. Cuando la tranquilidad vuelva a aparecer, será la ocasión adecuada para hablar de lo que ha ocurrido.
Es necesario analizar el motivo que ha causado la ira. Aunque pueda parecer en un principio que la causa es por algún comportamiento del hijo como por ejemplo que se haya ido al colegio sin recoger sus juguetes, lo cierto es que eso solamente puede haber sido el desencadenante de algo más profundo como un problema con la pareja, en el trabajo, etc., algo de lo que hay que tomar consciencia y trabajar personalmente.
Si aun así, se ha explotado, será el momento de pedir perdón y dar una explicación. Hablar con el pequeño y reconocer que se podían haber dicho las cosas de otra manera y que esa situación no se va a volver a repetir, es una buena solución, siempre y cuando, se mantenga.