La reacción ante la frustración va variando a lo largo de nuestra vida, pero viene marcada siempre por el aprendizaje que se ha establecido anteriormente por las frustraciones de la infancia y por la reacción que entonces se adoptó.
Reacciones ante la frustración
Durante la primera etapa de la vida encontramos varios tipos de reacciones: aislamiento, dependencia, cólera, egoísmo, etc. que se reproducen o se extinguen según el resultado que se haya obtenido. Muchos niños cuando son castigados corren a refugiarse a su habitación hasta que desaparece esta reacción emocional. La tolerancia a la frustración disminuye en el caso de los niños que son expuestos indiscriminadamente y repetidamente a situaciones de frustración. La falta de una respuesta de tipo emocional adecuada, llega hasta tal punto que se vuelven hipersensibles y la menor contrariedad acaba por afectarles, lloran por cualquier cosa o se sienten heridos fácilmente.
Una reacción secundaria a la frustración es la dependencia. El niño, que por los motivos expuestos con anterioridad, se ha vuelto sensible, encuentra en la dependencia de los demás una forma de evitar o atenuar las frustraciones.
La cólera es una de las reacciones más habituales en la infancia y que en ocasiones puede encontrarse mezclada con la agresión. El niño llora, se revuelca por el suelo, patalea o grita. Por el contrario, los celos son una forma sutil de agresión.
El niño frustrado puede adoptar una actitud de egoísmo que forma que se niegue a prestar sus juguetes a los demás o colaborar con los profesores y padres e incluso negarse a ayudar a un compañero. Estas reacciones inmediatas ante la frustración van disminuyendo en la medida en que el niño crece. En este proceso interviene la educación y la maduración. Pero el hecho de que la frustración pierda intensidad y frecuencia no quiere decir que desaparezca, sino que, por el contrario, puede ganar en profundidad. Esta manera de actuar, más propia de una edad adulta, puede llegar a ser patológica en algunos casos.
Frustración adolescente. Cómo responder de la manera más adecuada
Cuando se llega a la adolescencia, nadie puede evitar que un adolescente tenga frustraciones cuando además puede resultar que son las primeras realmente importantes, a diferencia de lo que haya podido suceder durante la infancia, cuando los padres todavía podían evitar la mayor parte de situaciones frustrantes. Por esto, los padres deberían preocuparse, durante la etapa de la infancia, en entrenar al niño para esperar sin grandes traumas, las pequeñas frustraciones que se le puedan ir presentando. La actitud sobreprotectora de conceder todos los caprichos y dejar que el niño se salga siempre con la suya, dificultará en exceso al futuro adolescente en la superación de los inevitables conflictos. El niño debe ir aprendiendo, no sólo a enfrentarse a la frustración, sino también a saber que la frustración forma parte del repertorio normal de acontecimientos que se le van a ir presentando a lo largo de toda su vida.