Existe un tipo de padres dependiendo de las respuestas que dan a sus hijos y que derivan en las conocidas como conversaciones cerradas, es decir aquellas en las que no existe lugar para los sentimientos y si lo hay, dichos sentimientos se infravaloran o se niegan.
¿Qué comunicación mantienes con tus hijos?
En primer lugar podemos hablar de padres autoritarios, es decir, aquellos que tienen miedo de perder el control de las situaciones y para ello utilizan gritos, órdenes o amenazas para obligar a su hijo a hacer cualquier cosa. No tienen en cuenta las necesidades del hijo y no se interesan por lo que éste tenga que decir o por lo que sienta.
Después están los padres que hacen sentir culpa. Éstos se interesan de una manera consciente o inconsciente, para que su hijo sepa que tienen mucha más experiencia que ellos y que son más listos. Infravaloran las actitudes y las acciones de los hijos. El problema aparece en que esta actuación se convierta en algo habitual y logren desmerecen los esfuerzos para aprender de los hijos, convirtiéndoles en unas personas inseguras y dubitativas.
También están los padres que van quitando importancias a las cosas. Aunque el objetivo sea pretender tranquilizar rápidamente al niño o al joven, lo cierto es que el resultado es el rechazo provocado hacia el adulto al que perciben como poco receptivo a escuchar. Con este tipo de actuaciones solo se logra alejar a los hijos y darles a entender que no sus problemas no son importantes.
Por último están los padres que solo saben dar conferencias. La palabra que más utilizan estos padres cuando están intentando tener un diálogo con sus hijos es “deberías”. Eligen las respuestas típicas que quieren enseñar a sus hijos en base a su propia experiencia, desdeñando el caminar diario de sus propios hijos y por consiguiente sus caídas. Con esta actitud se está dejando de escuchar y de interesarse por lo que el niño o el joven realmente está pensando o sintiendo. Ante las respuestas del tipo “deberías hacer esto o lo otro” lo único que se conseguir es que el hijo se de la media vuelta y se vaya pensando en que padres más pesados tiene otra vez diciéndole lo que tiene que hacer sin siquiera escuchar su opinión.
Ante cualquiera de estas actitudes, hay que defender siempre la comunicación abierta basada en la capacidad de saber escuchar de una manera activa. Esto quiere decir que no solamente hay que percibir con los oídos, sino que se deben comprender muy bien las palabras que nos está enviando la persona con la que estamos intentando mantener una conversación. Esto supone estar completamente dispuesto a captar los sentimientos del hijo, de la profundidad con la que el problema puede haberle afectado o no y de hablar cómo se siente. Igualmente supone respetar y aceptar al hijo tal y como es, sin rechazarlo ni etiquetarlo por lo que hace o por lo que siente.