Los niños cuentan con algunos rituales de adormecimiento que le ayudan a conciliar mejor el sueño como por ejemplo el tener a su madre al lado a la hora de meterse en la cama o tener su chupete o su juguete preferido.
Diferentes actitudes de los pequeños a la hora de irse a dormir
Alrededor de los cinco años, es cuando se puede permitir al hijo permanecer despierto con una cierta elasticidad, ya que es suficientemente capaz de darse cuenta de que la urgencia en acostarlo obedece más al deseo de los padres de quedarse solos o de ver el programa de televisión tranquilos, que a una imperiosa necesidad biológica suya, que por otro lado, él tendrá interés en demostrar que es falsa.
Los niños tienen diferentes formas de comportarse al llegar la noche. Algunos niños se sienten despiertos y activos, están a gusto con su actividad y el problema surge por la mañana, a la hora de pretender levantarlos. Otros niños se sienten cansados y deseosos de acostarse, puesto que su cuerpo les pide el descanso. Éstos son los mismos niños que por la mañana suelen madrugar, con gran desesperación de sus padres, y les resulta imposible volver a dormirse porque necesitan actividad. Los padres deben aceptar estas diferencias individuales; no deben insistir a los niños, durante horas, que se han de acostar pronto, pues esto genera aversión y la negativa de acostarse. En cambio si se plantea un horario con una cierta flexibilidad y, llegado el momento, los padres señalan que es la hora de ir a dormir, los niños aprenderán que hay una hora en la que es ineludible acostarse.
Rituales de adormecimiento
A los dos años aproximadamente existe un comportamiento muy típico que son los rituales de adormecimiento. El niño repite cada noche las mismas acciones al acostarse y antes de conseguir quedarse dormido, hasta el punto que en algunos casos se convierten en verdaderos ceremoniales. La presencia de la madres a su lado, cantándole o contándole un cuento, la succión del pulgar o el chupete, tener una tela en la mano y restregarla contra la cara, colocar la almohada en determinada posición, mantener la luz encendida, hacer ruidos con la boca o movimientos repetitivos con los labios, acostar a su lado a su muñeco preferido, estrecharlo como un ser vivo y un largo etcétera. Cualquiera que sea su ritual, se pondrá violento si intentan impedírselo. Se han interpretado estos ritos como una forma de conjurar la angustia o como una fórmula mágica para tranquilizarse. La actitud de los padres ante estos rituales harán que se conviertan en un simple hábito que desaparecerá con el tiempo o que el niño se quede fijado a estos objetos y se establezca un fuerte lazo o dependencia. El apego a esta especie de amuletos o fetiches será mayor si los padres tienen una actitud intolerante o intervencionista. Las actitudes tolerantes y permisivas, quitando trascendencia a estos actos, será la mejor forma de que sigan una evolución normal.