A medida que el niño crece y se desarrolla nuevas facetas de su personalidad van apareciendo como una forma de afianzarse ante la vida y las nuevas propuestas que aparecen ante él. Sin embargo, alguna de estas nuevas actitudes de los hijos puede sorprender a los padres como la agresividad que en definitiva no es más que una etapa en su crecimiento que los adultos deben comprender y ayudarlos a transitar.
Dentro de las conductas agresivas se encuentran por ejemplo aquellas actitudes que pueden causar dolor físico a otra persona, como puede ser un arañazo, mordisco o un empujón, que son las agresiones más comunes que provoca un niño.
Las primeras conductas de tipo agresivas se dan aproximadamente al año y medio de vida siendo conductas heredadas de los antepasados cuando ese tipo de acciones eran necesarias para la supervivencia de la especie.
Lo importante que deben tener en cuenta los padres ante esta situación es que las conductas agresivas del niño en su primera infancia son el indicio de una vida adulta donde la violencia tendrá un papel importante. Por ello, su intervención temprana y antes de que el niño llegue a los 3 años de edad es trabajar en modificar la situación.
Con relación al papel pedagógico y su intervención cuando en la escuela se dan este tipo de conductas debe estar dirigida tanto al niño que arremete como al que sufre la agresión. Se trata de una conducta que lleva como finalidad lograr algún beneficio, esto quiere decir que para el pequeño que agrede le resulta una técnica eficaz para lograr aquello que desea y no logra reconocer el sufrimiento del otro, ya que no tiene empatía con su entorno y sí una visión totalmente egocéntrica de la situación.
Estos niños sufren de frustración porque no pueden verbalizar sus intereses y esto se ve reflejado en los pequeños que muerden a otro sin darle tiempo a reaccionar. Esta es una conducta que puede modificarse ya que los niños hasta el año de vida no adquieren control en sus movimientos y por eso muchas veces muerden o pellizcan a sus padres, pero a partir de los seis meses ya es posible enfadarse y decirles un “NO” que el pequeño relacionará con ese tipo de contacto físico.
También hasta los dos años los niños gustan de golpear de forma brusca y repetitiva, una acción que también debe corregirse haciéndole ver que existen movimientos suaves que no resultan agresivos.
Pero a partir de los dos años ya son maduros y reconocer la eficacia que tienen sus acciones como golpear a otro niño para quitarle un juguete ya que esto hace que consigan lo que desean de una forma rápida y menos frustrante.
Aquí la intervención de los adultos es fundamental primero para que el niño agredido comprenda que esto no debe aceptarlo y al agresor además de decirle que pida perdón al otro niño retirarlo del lugar de juegos.
Esto debe hacerse cada vez que el niño tenga una conducta agresiva ya que ellos las reiteran todo el tiempo por diversión y porque no toleran la frustración. A pesar que las conductas agresivas son normales en una etapa de la vida del niño no deben dejarse pasar y son responsabilidad tanto de las familias como de los centros educativos ya que la modificación de estas conductas solo terminarán con constancia y determinación.
Foto Vía: alignlife