Educar en la paciencia

La paciencia es una virtud funadmental en la educación de nuestros hijos, desde pequeños pueden adquirir habilidades para ser pacientes. Educar en la paciencia

La virtud de la paciencia es una de las más necesarias en la vida. Vivimos en la cultura del instante y nos cuesta esperar: esperar una cola, un crédito, a una persona, una decisión. El momento presente requiere de nosotros respuestas inmediatas, vivimos condicionados por la fiebre de la prisa. Pero sabemos que a veces por mucho que intentemos acelerar una situación, hay que esperar, no podemos luchar contra un muro y debemos aprender a esperar. Las impaciencias son malas y nos provocan mal humor y un trato desairado.

Nuestros hijos también deben aprender a esperar y poco a poco adquirir esa fructuosa virtud. Son muchas las oportunidades que se nos presentan, no podemos desaprovecharlas por impaciencia. Por ejemplo, en ocasiones un hijo se pone muy pesado con que quiere algo: una comida, ver la tele en un momento que debe estar haciendo la tarea del colegio, que le compremos algo, que le dejemos ir a dormir a casa de un amigo… son cosas en si indiferentes, pero puede darse la circunstancia que a nosotros nos parezca que no es oportuno en ese momento ceder, pero ellos saben que si se ponen pesados hasta un determinado límite, podemos llegar a conceder eso que piden.

Son pulsos que ellos nos echan para ver hasta dónde llega nuestra capacidad de aguante. Quieren comprobar si nuestras decisiones son realmente férreas o hay algún resquicio por el que ellos pueden ser los que lleven las situaciones. Es muy peligroso entrar en el diálogo, los niños son muy sutiles y como lo que quieren es salirse con la suya. Si no nos convencen con insistencias, lo intentarán con argumentos y sino con actitudes rebeldes, gritos, lloros o cualquier cosa que ellos sepan que nos afecta.

Hay muchas variedades de impaciencias: podríamos dividirlas en grandes o insignificantes. Las grandes las reconocemos rápidamente, y están señaladas en el párrafo anterior, pero no llegaremos a las grandes si evitamos ceder en las insignificantes. Estas últimas son aquellas que aparecen en la vida cotidiana, por ejemplo saber esperar a que me sirvan la comida especialmente si es algo que les gusta y quieren probarlo o tomarlo ya antes que nadie, a la hora escucharles o darles algo que tiene que ser en ese momento y no pueden esperar ni un segundo. Ayudarles a razonar y a serenarse, ahora mamá está hablando por teléfono y no te puede atender.

Esas esperas a veces se les hacen muy largas porque ellos quieren ser siempre los primeros a los que se les escucha y se les atiende. Pero más vale que se habitúen cuando son pequeños porque esa circunstancia de ser los primeros a los que nos resuelvan las situaciones y nos den lo que necesitamos, no ocurre casi nunca en la vida. Educar en esta virtud requiere de nosotros la misma virtud y es una siembra que recogerán con agradecimiento nuestros hijos, sabrán esperar y evitarán muchos conflictos que con paciencia son fáciles de resolver.