Uno de los rasgos que definen la adolescencia es la formación de la propia identidad. No todos los adolescentes logran superar con éxito esta etapa, o lo hacen con mayor lentitud que otros. Esto supone la aparición de distintas tensiones según la índole de las dificultades con que haya de enfrentarse.
Buscando nuestra propia identidad
Alcanzar la identidad personal significa, entre otras cosas, encontrar respuestas a preguntas como ¿quién soy? O ¿cómo soy?. El joven vive con incertidumbre los temas relacionados con su identidad como el orden de valores morales, la elección de una profesión, los objetivos a largo plazo, los patrones de amistad o el comportamiento sexual, entre otros. La búsqueda de respuestas a estas preguntas suele causarle un estado de ansiedad porque duda de sí mismo y de su futuro. El adolescente necesita oponerse y enfrentarse a los padres y a los adultos para llegar a establecer su propia identidad. Sentirse diferente a los mayores le proporciona seguridad en sí mismo. Este proceso de identificación también supone superar las contradicciones entre sus vivencias infantiles y los planteamientos adultos.
Su proceso de maduración será adecuado cuando pueda conciliar ambas posturas y encontrar cierta coherencia que le permita aceptar la realidad adulta. Por el contrario, algunos adolescentes entran en conflicto porque los dos tipos de información recibidos están muy alejados y son vividos como irreconciliables. Esto les causará un estado de malestar que se hace patente a la hora de conciliar aspectos de sí mismos de forma coherente y aceptable para sus propios valores.
Aprender a vivir con dudas y miedos
El adolescente debe aprender a vivir con interrogantes, con dudas y con riesgos, porque es imposible hacerlo de otra manera. Se pretende educar a los niños en una falsa seguridad y resulta que uno de los mayores problemas de los adolescentes es la inseguridad. Nadie está absolutamente seguro de nada, y los jóvenes no son la excepción. Al adolescente le resultaría muy beneficios que al plantear sus dudas acerca de la autenticidad, la generosidad u otros problemas de tipo ético, el adulto se atreviera a decir que él tampoco lo tiene claro. Ver que una persona por la que siente respeto es capaz de reconocer que cosas que no tiene resueltas, es un gran alivio para el joven. A menudo el adulto siente la necesidad de responder a las dudas que le plantean los jóvenes, pero a éstos les cuesta aceptar este comportamiento, pues al analizar la vida de la persona adulta se dan cuenta que tal seguridad es pura fachada ya que observan contradicciones que acaban por provocar desconfianza y escepticismo.
Todo esto favorece la aparición de situaciones psicológicas que pueden ser más o menos graves según el grado de tensión que se produzca. Esta gravedad no debe confundirse con inconveniencia ya que todos los adolescentes necesitan de este tipo de crisis para ir desarrollando y madurando su personalidad.